jueves, 5 de septiembre de 2013

Análisis y argumentación kantiana


Espacio y tiempo no son nada que exista fuera del sujeto cognoscente, sino formas de la facultad de conocer, de poseer sensaciones. Nuestras sensaciones se ordenan espacial y temporalmente, porque espacio y tiempo son las formas de nuestra sensibilidad, y solo en ellas se convierten las sensaciones en objeto de conocimiento. Lo exterior a mí, la cosa en si, es incognoscible como tal. El mundo exterior envía al sujeto lo que Kant llama un caos de sensaciones, un conjunto caótico de sensaciones. Estas, al ser recibidas por mi sensibilidad, se ordenan en esos moldes o formas de espacio y tiempo; y de esa inserción ordenadora resulta el conocimiento fenoménico, único conocimiento posible para el hombre. Ahora bien, el espíritu agrupa las sensaciones y las funde hasta formar objetos, y a estos los conexiona entre sí de diverso modo, y lo hace a través de formas –las categorías–, en cuyos moldes se producen ya los conceptos usuales que emplean las ciencias de la naturaleza.
Para el filósofo de Königsberg el acceso a Dios por vía racional es imposible, y también son inasequibles para la razón el alma y el cosmos, o sea, cuanto trasciende el mundo de la realidad físico-matemática. Sin embargo, Kant dice que existe otra vía- la vía práctica-, por la que podrá hallarse un modo de acceso a ella. Esto -como sabemos- resulta de la segunda de sus obras denominada Crítica de la Razón práctica.
Como se puede apreciar, la filosofía tiende a convertirse en gnoseología desde el momento en que no es la razón la que descubre el ser sino que se pregunta ante todo por sí misma. Si bien el sujeto no es el que pone la realidad, pero esta a punto de serlo, pues la experiencia no es cognoscible sino en cuanto el sujeto le “aplica” sus formas a priori.
De algún modo en Kant, la conciencia se vuelve autoconciencia, y se vuelve principio con intención de absolutez.

Kant acusa de presunción a la “razón especulativa” que habla de Dios, del mundo, del alma y de su inmortalidad como de cosas de las cuales se pudiera tener un saber cierto. 

Afirmar que es posible definir a Dios, conocer su voluntad, decir qué sucede después de la muerte, es del todo exagerado, pues nuestra facultad de conocer solo puede extenderse al fenómeno, no al noúmeno. 

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